sábado, 15 de junio de 2019

LOS CASTRATI EN EL MUNDO

La exquisita entonación y voz de los cantantes de ópera ha sido apreciada a lo largo de la historia, particularmente por la sociedad romana medieval que disfrutó de su capacidad de trascender al oyente. Cuando el Papa prohibió a las mujeres cantar en público a mediados del siglo XVI, parecía que la profesión podría cambiar para siempre. Y así fue como los niños pequeños pronto se utilizaron para proporcionar las preciosas notas altas necesarias para completar la gama de sonido. Pero los niños pequeños se convirtieron finalmente en hombres, y aquí fue donde los romanos actuaron de manera atroz y con toda crueldad, dejando un legado oscuro de artistas masculinos hermosos y rotos -literales pájaros cantores humanos enjaulados para siempre en sus propios cuerpos-. Habían nacido los castrati.

 Los niños que quisieran conservar su aguda tesitura durante los años barrocos, tenían que someterse a una operación quirúrgica, llamada orquidectomía. Esta intervención suponía la amputación de los testículos, a fin de que no pudieran producir hormonas sexuales masculinas, responsables, entre otras cosas, del cambio de voz durante la adolescencia.



Se estima que unos 4.000 niños eran castrados anualmente al “servicio del arte”, durante las décadas de 1720 y 1730. Para que fuese efectiva, la castración debía realizarse entre los 8 y 12 años de edad. La súbita popularidad de la ópera italiana en toda la Europa del siglo XVII lo que generó el repentino aumento internacional de la demanda. Al niño italiano que nacía con una voz prometedora lo llevaban al local de un barbero-cirujano en los barrios bajos, lo drogaban con opio y lo metían en un baño con agua caliente. El experto cortaba los conductos que desembocaban en los testículos, que se atrofiaban con el tiempo. Muchas familias humildes sometían a sus niños a esta barbarie para que pudiesen ganarse un buen sustento y, así, poder sacarles de la pobreza. Sin embargo, otros jóvenes pedían voluntariamente ser castrados a fin de preservar su angelical voz. El resultado de esta práctica tan alejada de la ética, era una voz espectacular que aunaba la dulzura de un niño y la potencia de un adulto.


Entre los castrati más famosos destacaron Nicolini, Senesino, Caffarrelli, Salimbeni, entre otros. Pero el más famoso de todos fue Carlo Broschi -conocido popularmente como Farinelli-, cuya vida fue recreada en la famosa película de 1994 que lleva su nombre. Su castración, según versiones oficiales, se debió a que cuando era niño sufrió un accidente con un caballo. Se convertiría en leyenda gracias a la increíble voz que adquirió durante sus largos años de aprendizaje, bajo la instrucción de Nicola Porpora. Todo el mundo se agolpaba para verle, no solo en Italia -donde sería conocido como il ragazzo o el muchacho-, sino también en Viena, Londres y España, donde acabó residiendo 25 años bajo el mandato del rey Felipe V, al que cantaba todas las noches para curarle de la fuerte depresión que sufría.






Ya en el siglo XIX, la voz de los castrati fue erradicada de los escenarios, que decidieron incluir la figura de la mujer, pero esta permaneció en el ámbito religioso. En 1878, el Papa León XIII prohibió la contratación de nuevos castrati por parte de la iglesia, excepto en la Capilla Sixtina y en algunas otras basílicas papales de Roma, donde los castrati pudieron quedarse.




El último castrato sixtino fue Alessandro Moreschi, que permaneció en el coro del Vaticano como solista hasta 1898, hasta que fue nombrado director del mismo, compaginando su faceta de cantante y dirección. Un trabajo que mantendría hasta su retiro en 1913. Fue el único castrato del que se tienen grabaciones. Moriría en la más absoluta soledad en 1922 a los 64 años de edad.